El viejo Coleman llevaba mucho tiempo inmóvil en su mecedora... Su sombrero de paja le tapaba parte de la cara, y la brizna de hierba que solía mascar se había caído de su boca abierta. Una mosca verdosa volaba a su alrededor, se posaba en su frente, atusaba sus alas, emprendía el vuelo de nuevo brevemente y volvía a posarse cerca de la comisura de sus labios.De repente, una vieja camioneta destartalada se acercó por el camino que llevaba al porche, rompiendo así el espeso silencio de aquella tarde estival. Se detuvo junto al porche donde seguía inmóvil el anciano. Un pequeño felino saltó del remolque, parecía hambriento. Sus ojos se clavaron en el viejo Coleman... Se acercó con cautela, olisqueando la densa atmósfera que rodeaba la figura. Su instinto le indicaba que en cualquier momento podría suceder algo, algo inesperado, algo funesto... La puerta de la camioneta se abrió, y de ella salió Jack, un muchacho rubicundo y pecoso, hijo de la hermana de Coleman. El joven apartó al gato con el pie —"No le despiertes", dijo; "ve atrás a cazar ratones, que es lo tuyo"—, y cruzó el porche tratando de no hacer ruido.
—¿Dónde crees que vas muchacho?
—Lo siento tío, pensé que estabas dormido y no he querido despertarte.
—Para eso tenías que haber tomado ejemplo de Longui. Como felino no tendrías ninguna oportunidad de supervivencia si hicieras tanto ruido
—Bah, ya estamos. Ahora no tengo tiempo para eso.
cuando Debbie regreso del trabajo, la calle estaba tranquila y el tiempo, como siempre en Nueva Inglaterra era lluvioso, pero sin embargo la puerta estaba abierta
Se asustó al encontarse tirado en el suelo del salón un montón de cristales rotos. Era una tarde extraña, durante el trayecto en coche no vio a nadie y la radio no sintonizaba ninguna emisora, no habia ningun ruido molesto en el vecindario, y una agradable pero inquietante sensacion de soledad le invadio.
Coleman tampoco había visto a nadie en todo el día. Aunque eso no era raro, porque pocos se acercaban en aquellos tiempos hasta las casas viejas de las afueras. Muy pocos cruzaban ya aquella carretera que sólo conducía al cementerio y a la ciénaga, sobre todo desde que las autoridades inauguraron la autopista, al otro lado del pueblo.
Pero si nadie había pasado por su porche, ¿cómo se había roto el cristal de la ventana del salón? Coleman no recordaba haber oído ruidos sospechosos durante la noche —a pesar de que afirmaba tener mejor oído que un coyote—. Pero no se preocupó tanto como Debbie. "Habrá sido un golpe de viento", decía con la mayor de las calmas, a pesar de que afuera no se movía ni una brizna de hierba.
Su hermana y su sobrino no dijeron nada, pero ambos sospechaban que la ventana la habría roto el mismo viejo, quizá al trastabillarse por efecto del bourbon y de la edad. En efecto, no era raro que el viejo Coleman se pasase con la bebida últimamente. Sobre todo desde la muerte de su mujer.
Su hermana y su sobrino no dijeron nada, pero ambos sospechaban que la ventana la habría roto el mismo viejo, quizá al trastabillarse por efecto del bourbon y de la edad. En efecto, no era raro que el viejo Coleman se pasase con la bebida últimamente. Sobre todo desde la muerte de su mujer.
En todo el contorno muchos murmuraban por las raras costumbres de los Coleman. Pocos entendieron que Debbie no le hubiera quitado de la cabeza a su viejo hermano la idea de enterrar a su mujer en el jardín —algo extraño en la zona, donde no había esa costumbre, y más viviendo tan cerca del cementerio—. Tampoco entendían que el anciano ya no visitase la iglesia. Ni que fuera a todas partes llevando consigo su escopeta, como si hubiese algo desconocido de lo que pensase que tenía que protegerse.
—La llevo para no necesitarla —solía decir socarronamente. Pero su sonrisa producía una impresión de trastorno que no facilitaba mucho el trato con sus vecinos.
Así, poco a poco, la casa del viejo Coleman se había quedado aislada del pueblo. Y aquella tarde sólo parecía una especialmente solitaria, que a penas sí llamaba la atención de Jack o de su madre. Acudían los dos con frecuencia a la casa, aunque no vivían allí. Cuidaban de su tío con cariño y con gusto, aunque los dos evitaban pasar por el lúgubre túmulo de la parte trasera del jardín.
—La llevo para no necesitarla —solía decir socarronamente. Pero su sonrisa producía una impresión de trastorno que no facilitaba mucho el trato con sus vecinos.
Así, poco a poco, la casa del viejo Coleman se había quedado aislada del pueblo. Y aquella tarde sólo parecía una especialmente solitaria, que a penas sí llamaba la atención de Jack o de su madre. Acudían los dos con frecuencia a la casa, aunque no vivían allí. Cuidaban de su tío con cariño y con gusto, aunque los dos evitaban pasar por el lúgubre túmulo de la parte trasera del jardín.
Debbie y Jack recorrieron la casa. Aparentemente todo estaba en orden -exceptuando la ventana rota-. Inspeccionando el jardín descubrieron horrorizados que tierra de la tumba en la que yacía la mujer de Coleman estaba removida.
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