El ejercicio de improvisación literario titulado "PRODUCCIÓN EN CADENA" consistió en crear 18 textos colectivos. Cada participante disponía de dos minutos para continuar el relato. Disfrutad de estos cadáveres exquisitos, de los cuales aquí colgamos el UNDÉCIIMO:
Cuaderno literario de Concha
La pluralidad de las decisiones
Cada mañana C. salía temprano a pasear. Solía hacerlo a primera hora de la mañana, por eso de salir con la luz del amanecer. Se topó con una mujer rubia que lloraba desconsoladamente. Otra vez la loca del tercero. Es que esto es un sinvivir... Ojalá me cambie ya de barrio, pensó. Pero lo cierto es que esto no era en realidad lo que deseaba. Su barrio, en el fondo, era su hogar y no quería abandonarlo. Abrió la nevera y sacó un refresco de limón.
—Oh, limón, me encanta. Podría pasarme la vida bebiendo refresco de limón.
—Mejor de manzana. —Sonó una voz al final del pasillo.
—¿Manzana?; ¡nunca! Nada bueno trae la manzana...
—Lo que sea con tal de acabar con esta incertidumbre, eso sí, no pienso beber, solo lo pido por cortesía.
—No importa, es suficiente con eso.
—Pues vale, dijo, y puso cara de poker, pero entonces se acordó de que nunca había sido un buen jugador de poker... vale, ¿y ahora qué? He perdido todo lo que había ganado a lo largo de la noche, y es lo normal, en la noche tiende a perderse todo, incluso la dignidad, detrás del culo del vaso, hasta las llaves del coche y los cordones de los zapatos, todo lo perdí, bueno, no pasa nada, volveré... y cuando vuelva, quiero que me cuentes quién fui, si fui una insolente con coletas o una lolita entumecida. Me recuerdo pausada, pero defíneme tú, me lo debes, te lo debes, nos lo debes. ¡¡¡Defíneme!!! hazme encontrarme en ti, como tú te encuentras en mí, somos uno en dos partes. Somos una parte que se parte. De todas maneras aunque no encuentres tu segunda parte no puedes parar. Ya decía Platón que nacemos unidos y algo nos separó haciéndonos buscar la otra parte, sin saber el lugar. Pero sí el tiempo. Categorías kantianas, soporte del mundo. Y el maldito imperativo categórico pendiendo sobre mi cabeza de joven doctorando. ¡Se acabó la ley universal y el cielo estrellado sobre mí! ¡Me hago marxista!
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